Confesiones a Alá narra en primera persona las etapas de juventud de una marroquí sacudida por una sociedad tremendamente desigual, en la que se desprecia de múltiples maneras su condición femenina y su belleza. El texto parte de la novela de la franco-marroquí Saphia Azzeddine, adaptada aquí por Arturo Turón, responsable también de dirigir a la actriz María Hervás en su monólogo.
La utilización sexual de su cuerpo (por los otros o por sí misma) está presente desde la infancia rural de la joven hasta su despedida autorreivindicativa, cuando se desprende del mismo burka con el que nos había recibido al inicio. En ese uso del cuerpo, la dirección acierta con la potencia y explicitud de muchas de las imágenes (por ejemplo, haciendo resonar la escena del primer orgasmo de la protagonista en el posterior rezo en la mezquita).
Sin embargo, en el camino desde la novela hasta la escena, algunos elementos parecen chocar entre sí en el resultado final. El texto –literariamente reflexivo y retórico, con una voz objetivizada de la propia historia pasada- no encaja con el nivel de actuación que se propone: realista y vivencial. La persona que habla se mueve y expresa en un plano distinto al de las palabras con las que trata de transmitirnos su historia, y lo hace además utilizando acento marroquí, decisión incomprensible y que juega en contra del propio texto.
Para contrarrestar ese desajuste, una impresionante María Hervás saca armas interpretativas de todos los rincones de la escena, y con su actuación polifacética y directa consigue sostener con maestría las dos horas del espectáculo. Y lo hace porque las confesiones a Alá se convierten, gracias a ella, en una narración al público de la caída y ascenso de una impresionante heroína, cuyos cuerpo y espíritu sobreviven a todo para lograr hacer de su vida una historia que merezca la pena conocer y recordar.