Francisco Suárez lleva a las tablas del Español una adaptación actual de este drama clásico.
“Un día pongo la televisión y veo las revueltas de Túnez y el derrocamiento del tirano, y me digo: ‘Esto me suena de algo’”. Y es que a Francisco Suárez la llamada ‘primavera árabe’ le recordaba mucho a la derrota que sufrieron los persas en la batalla de Salamina, y que Esquilo recoge en Los persas. Esto le proporcionó la excusa perfecta para llevar este drama clásico a las tablas, encargando su adaptación al siglo XXI al poeta Jaime Siles.
Albert Vidal interpreta a Darío.Críspulo Cabezas es Jerjes.El relato del mensajero (Noguero) enternece a la consejera.
Un clásico muy actual
Según el director teatral, las recientes revueltas en países árabes, como Túnez, Egipto o Libia, en demanda de más libertad y contra las «tiranías» del poder “están en la esencia misma de esta obra escrita en el 472 a.C.”, lo que, en su opinión, demuestra que está «plenamente vigente».
En su versión, dos consejeros actuales “convocan a cuatro fantasmas del pasado: la reina de los persas, que representa la autoridad; el mensajero, que desde el dolor narra el desastre de la guerra; Darío, el dios, el benefactor, que habla de amor, piedad y concordia; y Jerjes, el rey persa que vuelve derrotado a sus palacios, y que representa la soberbia y la tiranía”. Estos dos consejeros son el coro griego de Esquilo. Ellos comentan lo que sucede; enjuician y valoran los acontecimientos desde dos puntos de vista opuestos: él es “el monárquico, militarista, defensor de la autoridad y el estatus”, explica Suárez; mientras que ella es “progresista y revolucionaria; defiende el Derecho y la Justicia, pero siempre de una manera dulce, tierna y bondadosa”.
De esta forma, el director confronta la tiranía y la democracia, la antigüedad y la actualidad, remitiendo al espectador a los acontecimientos de la ribera del Mediterráneo, y empleando al mar como un elemento que está muy presente en el montaje. Un mar encolerizado, como el del tsunami japonés que suena al comienzo de la función, y como el que destruye al innumerable ejército de Jerjes; un mar que simboliza “la ley que los hombres tenemos que acatar para vivir en convivencia”, explica Suárez.
Porque, para el director de esta función, en esta obra Esquilo “nos habla de las guerras como algo innecesario y nos enseña a acatar las normas ciudadanas para preservar el orden democrático frente a la tiranía y la injusticia”. Se trata, pues, de “una obra antibelicista, llena de ternura y piedad por los perdedores”, define este apasionado de los textos del filósofo griego.
Un sueño adolescente
En este caso, Suárez reconoce que tiene “fijación” por esta tragedia desde que un profesor de griego le hizo traducir la obra cuando tenía 14 años. Intentó ponerla en marcha siendo director del Festival de Teatro Clásico de Mérida, pero su propuesta fue rechazada por considerarlo «un texto muy duro».
Ahora la pone en pie en la Sala Pequeña del Teatro Español, con una escenografía mínima, diseñada por la compañía Espacios Efímeros, y compuesta por un escenario repleto de cenizas (las de la guerra), en medio de dos gradas (con capacidad para 150 espectadores), y adornado, austeramente, con un par de botas de soldado, una mesa y unas copas de cristal, que servirán para representar el avance de las tropas. Porque, apunta Suárez, «la obra son los actores«. Actores que estarán a pocos centímetros del público, y que son: Alicia Sánchez (consejera), Miguel Palenzuela (consejero), Inés Morales (reina), Jesús Noguero (mensajero), Albert Vidal (Darío) y Críspulo Cabezas (Jerjes).
En su puesta en escena ayudará la música compuesta por el hijo del director, Juan de Pura y el vestuario diseñado por Ana Rodrigo, donde el rojo, el color de la sangre, “está muy presente”.
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